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Estos monasterios, fundados entre los siglos XVI y XVII, además de cobijar a cientos de mujeres con vocación religiosa o sin ella, se fueron convirtiendo, y de un modo muy natural, en una suerte de laboratorios culinarios en los que un crisol de manos (españolas, indígenas, moras, negras, etc.) daba vida y forma a nuestra gastronomía. Es en estos lugares donde se acuna la afamada y refinada dulcería peruana.
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